viernes, 16 de octubre de 2015

El aguante.

Y ahí vienen de nuevo ustedes los amargos, a empañar la alegría del fútbol.
Que el país está sumido en la mierda hasta el cogote es cierto, pero que el equipo que quiero me de una alegría, no significa, estrictamente, que me importe un bledo la realidad que se me impone.
O que se me olviden las profundas injusticias que nos dominan. El ser hincha no me convierte, así ustedes lo digan, en un imbécil de memoria corta.
Pero que van a entender ustedes, si no saben lo que es ir a la cancha un miércoles en la noche, bajo la lluvia, para ver a dos equipos malos repartirse sosamente un punto.
Que van a entender ustedes si no han llorado en silencio por la falta de huevos con la que algunos mercenarios tranzan con el equipo de los amores.
Que van a entender ustedes, sino se les paralizó el corazón con ese penalti cobrado por el portero, que le devolvió la copa esquiva a los hinchas fulgurosos.
Sino han alentado los 90, sin abandonar, soportando al descerebrado de turno que entre empujones pide que cante con más huevos, sólo porque en el fondo uno sabe que sin el 12, el equipo no gana.
Que me vienen a decir ustedes, que no entienden la furia con la que juegan algunos jugadores de la tricolor cuando es contra los hermanos argentinos.
Que pueden decirme ustedes jueces de lo verdadero, voceros de la revolución, si creen que esa pasión sólo la debe despertar la injusticia social y les resultan criminales y reprochables las pasiones populares, que no pasan de ser analgésicos emocionales para un pueblo bruto e ignorante.
Nunca lo entenderán.
Para ustedes negada la soledad infinita que se siente ver el estadio vacío de a pocos.
Para ustedes negado el camino a casa del domingo en la tarde, ya sea con una sonrisita dibujada, o con la frustración apretando los dientes.
Para nosotros la pasión secreta que despierta esa pequeña metáfora de la vida de 90 minutos.
Pero eso no va cambiar. Sigan adelante criticones, pero no se monten nunca en el bus de la victoria por favor, son de mala suerte, sigan así, igual de amargos, siempre.
Dedicado a los parceros que sin importar lo que digan, siguen alentando a su equipo. A los que, cada uno desde su trinchera y a su manera, hacen algo por vivir en un mundo mejor.

viernes, 9 de octubre de 2015

Last bus.

Un perro camina sin pausa y sin prisa por la calle oscura, el humo del cigarro incomoda la visión y el frío traspasa la vieja chaqueta de cuero. La noche compacta está en su apogeo y los parceros siguieron su camino, seguramente por otra botella de chorro. Sólo quedas vos esperando quemarte los dedos para poder encontrar, así adormecido y un poco mareado, el transporte que te lleve a jaula de oro que construiste con tanto ahínco. Por fortuna te espera ella, semidesnuda y dormida junto a la perrita frenética que piensa que eres un gran tipo.

Sales a la avenida, una chica sonríe a través de su sueño de bazuco y retaca una moneda, la recibe y sigue en su alucine, regresa. El conductor malhumorado del Taxi chilla que por allá no va y es el último en la puta séptima y no pasa nada, ni un bus viejo, nada, nada, nada, el cigarro murió. Sólo un zumbido opaco y constante, un par de borrachines de paso torpe, una mujer que camina apurada, desconfiada y en medio vos, haciendo mala cara. Todo tan aburrido, todo tan despreciable, tan estático. Como una escena obscena que se repite cada noche, somo espejos del otro, alguien ya estuvo acá, pensando las mismas maricadas. Hermanados por la suerte y desgracia de haber caído en el mismo roto del mundo, esta ciudad repite sus bobadas incesantemente en un frenesí cíclico. Bogotá es un océano de petroleo. Al fondo, el bus que te sirve. Alivio, que chimba.