jueves, 24 de septiembre de 2015

Pobres.

Pobres Uribistas, relegados como están del tránsito de la historia van a terminar siendo el loco grosero de la plaza. 
El perro bravo que no muerde. 
El grito en medio de un bosque que nadie escucha. 
El abuelo que olvidaron en el ancianato. 
El que anuncia en la carretera el fin del mundo.
Rabiosos como están, botando espuma por la jeta, escupiendo suspicacias y temores, son el niño quisquilloso que llora con todas las fuerzas, justo antes de quedarse dormido, profundamente dormido.
Para cuando despierte el niño uribista, sus reclamos serán sordos, más ridículos, más infantiles, pero sobretodo, menos peligrosos.
Su cuarto de hora está muriendo, para siempre.