viernes, 16 de octubre de 2015

El aguante.

Y ahí vienen de nuevo ustedes los amargos, a empañar la alegría del fútbol.
Que el país está sumido en la mierda hasta el cogote es cierto, pero que el equipo que quiero me de una alegría, no significa, estrictamente, que me importe un bledo la realidad que se me impone.
O que se me olviden las profundas injusticias que nos dominan. El ser hincha no me convierte, así ustedes lo digan, en un imbécil de memoria corta.
Pero que van a entender ustedes, si no saben lo que es ir a la cancha un miércoles en la noche, bajo la lluvia, para ver a dos equipos malos repartirse sosamente un punto.
Que van a entender ustedes si no han llorado en silencio por la falta de huevos con la que algunos mercenarios tranzan con el equipo de los amores.
Que van a entender ustedes, sino se les paralizó el corazón con ese penalti cobrado por el portero, que le devolvió la copa esquiva a los hinchas fulgurosos.
Sino han alentado los 90, sin abandonar, soportando al descerebrado de turno que entre empujones pide que cante con más huevos, sólo porque en el fondo uno sabe que sin el 12, el equipo no gana.
Que me vienen a decir ustedes, que no entienden la furia con la que juegan algunos jugadores de la tricolor cuando es contra los hermanos argentinos.
Que pueden decirme ustedes jueces de lo verdadero, voceros de la revolución, si creen que esa pasión sólo la debe despertar la injusticia social y les resultan criminales y reprochables las pasiones populares, que no pasan de ser analgésicos emocionales para un pueblo bruto e ignorante.
Nunca lo entenderán.
Para ustedes negada la soledad infinita que se siente ver el estadio vacío de a pocos.
Para ustedes negado el camino a casa del domingo en la tarde, ya sea con una sonrisita dibujada, o con la frustración apretando los dientes.
Para nosotros la pasión secreta que despierta esa pequeña metáfora de la vida de 90 minutos.
Pero eso no va cambiar. Sigan adelante criticones, pero no se monten nunca en el bus de la victoria por favor, son de mala suerte, sigan así, igual de amargos, siempre.
Dedicado a los parceros que sin importar lo que digan, siguen alentando a su equipo. A los que, cada uno desde su trinchera y a su manera, hacen algo por vivir en un mundo mejor.

viernes, 9 de octubre de 2015

Last bus.

Un perro camina sin pausa y sin prisa por la calle oscura, el humo del cigarro incomoda la visión y el frío traspasa la vieja chaqueta de cuero. La noche compacta está en su apogeo y los parceros siguieron su camino, seguramente por otra botella de chorro. Sólo quedas vos esperando quemarte los dedos para poder encontrar, así adormecido y un poco mareado, el transporte que te lleve a jaula de oro que construiste con tanto ahínco. Por fortuna te espera ella, semidesnuda y dormida junto a la perrita frenética que piensa que eres un gran tipo.

Sales a la avenida, una chica sonríe a través de su sueño de bazuco y retaca una moneda, la recibe y sigue en su alucine, regresa. El conductor malhumorado del Taxi chilla que por allá no va y es el último en la puta séptima y no pasa nada, ni un bus viejo, nada, nada, nada, el cigarro murió. Sólo un zumbido opaco y constante, un par de borrachines de paso torpe, una mujer que camina apurada, desconfiada y en medio vos, haciendo mala cara. Todo tan aburrido, todo tan despreciable, tan estático. Como una escena obscena que se repite cada noche, somo espejos del otro, alguien ya estuvo acá, pensando las mismas maricadas. Hermanados por la suerte y desgracia de haber caído en el mismo roto del mundo, esta ciudad repite sus bobadas incesantemente en un frenesí cíclico. Bogotá es un océano de petroleo. Al fondo, el bus que te sirve. Alivio, que chimba.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Pobres.

Pobres Uribistas, relegados como están del tránsito de la historia van a terminar siendo el loco grosero de la plaza. 
El perro bravo que no muerde. 
El grito en medio de un bosque que nadie escucha. 
El abuelo que olvidaron en el ancianato. 
El que anuncia en la carretera el fin del mundo.
Rabiosos como están, botando espuma por la jeta, escupiendo suspicacias y temores, son el niño quisquilloso que llora con todas las fuerzas, justo antes de quedarse dormido, profundamente dormido.
Para cuando despierte el niño uribista, sus reclamos serán sordos, más ridículos, más infantiles, pero sobretodo, menos peligrosos.
Su cuarto de hora está muriendo, para siempre.

jueves, 27 de agosto de 2015

Aquí.

Aquí, en este inmenso muladar que le niega el futuro a sus propios hijos.

Aquí parcero, en este comedero de mierda, donde la verdad la impone el televisor.

Aquí, donde miramos pa'fuera con indignación y pa'dentro con desdén, con ostracismo.

Aquí, donde la vida nos expulsa, donde o somos creyentes o somos parias.

Aquí mi hermano, en este colegio de bombas expectantes donde reina el que grita más fuerte.

Donde la desdicha es botín de carroñeros.

Aquí donde la indignación es selectiva y la doble moral reinante.

Donde una parte de la izquierda irresponsable e insensible etiqueta, sin pudor, a 1.095 colombianos azarados, de paracos.

Donde la derecha se frota las manos con la desgracia ajena y espera cualquier rotico para declarar su malsana guerra.

Aquí donde la opinión se moldea en dos, si no eres guerrillo eres paraco.

Aquí, en este mar de individuos aislados, alienados, apáticos, de opiniones secuestradas.

Aquí donde donde siempre son y nunca somos.

Aquí donde siempre ellos y nunca nosotros.

Aquí, donde eres la luz que nadie nunca va a percibir.


jueves, 13 de agosto de 2015

Los asesinos intelectuales de Jaime Garzón, ¿cumplieron su objetivo?





"Nadie podrá llevar a nadie por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente" Así tradujo la comunidad Wayúu el artículo 11 de la constitución política de Colombia que rezaba para entonces: "nadie podrá ser sometido a pena cruel, trato inhumano o desaparición forzada". 

La anécdota sobrevive porque hace parte de la conferencia que dictó Jaime Garzón, ahora famosa,  el 14 de febrero de 1997 en la Universidad Autónoma de Occidente. De lo mucho que habla en esa hora y media, nada ha calado tanto en la memoria colectiva como esa traducción que nos cuenta Jaime, desafiando el tiempo y su propia muerte.

"Nadie podrá llevar a nadie por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente. Con ese artículo que nos aprendamos, salvamos este país. Por lo menos sus hijos van a tener un país mínimamente más agradable.” Sentenció el periodista ante la mirada perpleja y sorprendida del auditorio y de las más de 400.000 vistas que dicha conferencia ha acumulado en Youtube desde el 2011, cuando fue compartida.

Sin embargo, hoy cuando se conmemoran los 16 años de asesinado pareciera que sus palabra fueron echadas al viento. Hoy las redes sociales se han visto inundadas con fotografías y frases suyas, homenajes de diversa índole alzan su voz en contra de la impunidad en la que ha quedado el crimen y la profunda injusticia que ello representa.

De todos ellos, ninguno me pareció tan certero como la caricatura de Fabro (que acá reproduzco), que muestra al periodista sosteniendo el pato de QUAC y en el que pregunta con sus ojos siempre tristes: “¿Pá qué HIJUEPUTAS me hacen homenajes cada año si no van a aplicar NADA de lo que les enseñé? ¿Pá qué?”.

Pongamos de ejemplo a Bogotá, la ciudad en la que vivo. En términos de convivencia acá todos llevamos por encima de nuestro corazón a todos. Bogotá, ya lo he escrito, es un circo sádico en el que impera el sálvese quien pueda y la cultura de la trampa. Acá lo importante es llegar de primero sin importar el cómo: ¿Que hay una fila en el semáforo y en el carril derecho para voltear en ese sentido? De malas, la fila es para los guevones, yo cojo por el carril izquierdo, me cago en la fila, y cierro al gil que está de primeras. ¿Que se le cayó la billetera al fulano que iba caminando? ¿y usted la devolvió? Mucho guevón, ¿es que le sobra la plata? Devuelva si acaso los papeles. ¿Que hay fila para entrar al bar? Que la hagan los bobos, yo soy muy abeja, yo no la hago. ¿Qué hay gente pidiendo en las esquinas? El pobre es pobre porque quiere, a mí nadie me regaló nada. ¿Qué el perrito se cagó en la calle? De malas yo ahí dejo el regalito, que lo recoja otro guevón.

Y si hablamos de política: peor. La derecha colombiana no es que se haya caracterizado por ser de las corrientes más abiertas al diálogo, sino deténganse a escuchar a Álvaro Uribe, paranoíco, megalómano y máximo representante de esa postura, para quien cualquier suceso deplorable en el país es culpa de las FARC, o del actual presidente: que si se cayó el avión, que si el chico del colegió murió por inhalar el polvo de un extintor, que si llueve en Bogotá, que si hace sol en la Guajira. De ese obtuso se desprenden propuestas como las de Paloma Valencia, de dividir el Cauca en dos, una para indígenas “para que ellos hagan sus paros, sus manifestaciones y sus invasiones” y otro donde no haya oposición al progreso.

¿Y la izquierda? Hace unas noches le comentaba a unos amigos míos seguidores de Petro que la salida en falso del alcalde, una de tantas, al afirmar: “¿Es válido sacar el celular a contestar una llamada o hacer una llamada en la calle? Pues creo que aquí hay una campaña de cultura ciudadana que debemos acometer…no usar el celular en la calle” me parecía no sólo absurda y desafortunada sino además contraproducente en tanto la solución a la delincuencia no podía ser “no dar papaya”.  ¿La respuesta? “severo facho”, “eso es puro desprestigio de los medios”. Si nosotros quienes lo votamos y salimos a marchar por el respeto que merecían los derechos políticos de todos los colombianos, no somos capaces de fiscalizar su labor, cuando deberíamos ser los primeros en hacerlo, pues apague y vámonos.

Todas estas palabras para preguntarnos: ¿Los asesinos intelectuales de Jaime Garzón, cumplieron su objetivo? Y hablo de asesinos intelectuales porque de los materiales sabemos que sí, lo acribillaron a balazos y le arrebataron la vida. Pero aquellos que dieron la orden, su intención iba más allá de callarlo. La intención era extinguir el pensamiento que pregonaba el periodista y humorista. A estas alturas y viendo el país en el que sobrevivimos, cabe preguntarse, ¿cuántos de esos que hoy tienen a Jaime en su perfil, que comparten sus frases, se comportan como brutos en la calle? ¿Cuántos de ellos creen que ser el más abeja, el más vivo es la única manera de sobrevivir en Colombia? ¿Cuántos indistintamente de su filiación política son incapaces de escuchar al que piensa distinto? ¿Cuántos más desprecian y aborrecen al que piensa distinto?


De todos y cada uno de nosotros depende que la enseñanza ética y moral, única y poderosa del humorista asesinado, para cambiar el rumbo de nosotros como sociedad, no perezca en el olvido. ¿Y si llevamos más allá la imagen de Jaime Garzón? ¿si en vez de usarlo como un icono vacío, aplicamos lo que pregonaba? ¿Y si nos aprendemos, creemos y aceptamos que "Nadie podrá llevar a nadie por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente”? Tal vez así podamos honrar de verdad su memoria, tal vez así, con ese artículo que nos aprendamos, salvamos este país.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Un grito ciego.

Esa tarde, la selección colombiana de fútbol, dirigida por el argentino Pekerman, jugaba en Bruselas contra la selección de Bélgica, el nuevo coco europeo. Era un partido amistoso sin mayor importancia para los hinchas del equipo tricolor, salvo marcar el camino al próximo mundial a celebrarse en Brasil y de paso, reafirmar la fuerza del grupo frente a un rival de peso.
El partido transcurría sin mayor novedad. Era uno de esos partidos trabados, aburridores, en los que ninguno de los dos equipos logra pasar la media cancha y menos batir la defensa del rival. El primer tiempo acabó sin gol alguno entre los bostezos de los asistentes que desafiaban el invierno europeo y la algarabía de los seguidores colombianos, que habían llegado en buen número al estadio. En esos instantes yo, a más de 8000 kilometros de distancia, esperaba el avión que me llevaría de Medellín a Bogotá y entretanto, observaba el partido mal sintonizado en el televisor viejo de una de las pocas cafeterías del aeropuerto Jose María Córdova de Rionegro.
Cinco minutos después que el árbitro del encuentro decretó el inicio de la segunda parte, el “Tigre” Falcao supo plantarse en el área para recibir un pase magistral de su compañero del Mónaco francés, James Rodriguez. Con gracia, el “tigre” regateó al Mignolet, el guardameta Belga que, sin éxito, hizo su mayor esfuerzo para arrebatarle en una estirada felina el balón atado al guayo del colombiano. Falcao finalmente logró esquivarlo y mandar el balón al fondo de la red. En el aeropuerto se dejó escuchar el primer grito de gol y yo entre extraños lo celebré.
En el minuto 59, Pekerman envío a Muriel a las duchas y en reemplazo hizo ingresar a Ibarbo, el delantero del Cagliari Italiano, que regresaba a la selección después de una ausencia de tres años. A los cinco minutos de haber pisado el césped, James Rodriguez cobró un tiro libre con dirección al área, Luis Amaranto Perea bajo el esférico de un cabezazo y lo dejó servido en los pies de Ibarbo,  que, luego de calmar el balón con la pierna derecha, soltó un misil con la zurda que se clavó en el ángulo de la portería defendida por los Belgas.
La felicidad fue completa. Ahora la cafetería en la que yo estaba tenía más observadores que en el primer tiempo y se escuchó un solo grito a la par que unos pocos abrazos entre hinchas desconocidos se dejaron entrever en el lugar. En medio del jolgorio, una voz infantil preguntaba con inocencia e insistencia qué si sí había sido gol, que si el balón realmente había entrado. Un borracho le respondió de mala gana con una pregunta, luego de afirmarle que sí había sido gol:
-          ¿y es que usted no ve o qué, papito?
El padre del chico, que sostenía la mano del menor contestó enojado, ofendido, que en efecto, el niño no veía porque era ciego de nacimiento.
El niño que se había escondido tras su padre, salió de su refugio y a pesar del incómodo momento sonrío desafiante y le contestó a su beodo interlocutor:
-          Yo puede que no vea los goles, pero los siento.

El niño finalmente gritó el gol de Ibarbo, que  en la noche europea agradecía a los dioses que el balón hubiese entrado.

La desazón del fútbol nuestro.


Yo soy hincha de la selección, si la memoria no me falla (y me falla bastante), poco después de renovar en el final de la adolescencia mi amor por el Millonarios Fútbol Club. El equipo con el nombre más pretencioso en la historia del fútbol. Fue A los 16, cuando alentado por el soplo invisible  de un espíritu de idiotez e insípida rebeldía, regresé al Campín con el firme propósito de recuperar la olvidada herencia de mi abuelo. Quizá por esa misma razón, y por la tozudez de mi viejo y mis tíos –además de la de un primo que lloró en la eliminación del 94 y botó el muñeco articulado de Oscar Córdoba a la basura-, empecé a alentar a la selección. Una cosa me molestaba de esto como me molesta hoy en día y es compartir el mismo sentimiento con mis compatriotas, los colombianos.

Me parece odiosa esa ilusión de falsa hermandad que supuestamente nos une, cobijados por la bandera tricolor, cada que juega la “sele”, sólo para saber que al día siguiente, cuando la borrachera se nos pasa, volvemos a ser lo que somos: esa cultura tramposa del “más abeja” y del frenético sálvese quien pueda.

Por eso ahora que el ensordecedor zumbido del mundial ha cesado, debo confesar que celebré con pocos amigos -y casi que escondido en edificios- entre el volumen denso del pisquero y el sabor horrible del aguardiente. 

No salimos a la calle a lanzar harina a los desconocidos, no me abracé con gente que no conocía, no pusimos vallenato ni escuchamos el ras tas tas, nada. Lo que sí pasó, como le pasó al resto de hinchas y a los que se fueron subiendo al bus en el transcurso de la competencia, fue quedar enamorado del juego que exhibían los cafeteros. Cuánta técnica, cuántos huevos, cuánta alegría.
Uno a uno fueron cayendo griegos, marfileños, nipones y uruguayos, entre coreografías ingeniosas y goles memorables. Hasta que llegamos al coco, Brasil, y sucedió lo inevitable: Nos cagamos en el primer tiempo y cuando reaccionamos, David Luiz sacó un gol que jamás en su vida volverá a sacar. Nos eliminaron. Adiós. Chao. No va más. Qué desazón ¿no?

Fue precisamente ese fútbol bonito y en general el nivel del torneo, la causa de que no me perdiera ninguno de los 64 partidos del mundial. Ninguno. Ví Iran-Bosnia y Grecia-Japón. Me dormí en un par de los de los sábados, es cierto, pero haciendo honor a la verdad, estuve pendiente de todos. La Copa Mundo de Brasil fue para mí una bonita recompensa después de haber soportado tantos Huila-Millos y la recibí como tal. El juego de los dirigidos por Pekerman fue la sonrisa que me debía esa estúpida e irracional pasión que me despierta el fútbol.  Lo que yo no sabía era cuánto me iba a pesar eso.

Ahora que he regresado al estadio, es más evidente el pobre nivel del fútbol colombiano. Y no es de Millos únicamente, ojo, pues no conozco un equipo que merezca más reconocimiento por su juego. Ese pobre nivel lo atribuyo por un lado a la avaricia de los dirigentes del deporte, que ven signos de pesos hasta cuando están cagando pero de fútbol más bien pocón y por el otro, a la falta de presión sanguínea de la arteria aorta, justo debajo del plexo solar, que muestran algunos jugadores que salen a la cancha como si fueran obligados. 

El fútbol colombiano es aburrido hasta el cansancio y las emociones escasean. En el caso del equipo que aliento, los refuerzos no llegan, los dirigentes mienten y el técnico tiene que hacer lo mejor que puede con el capital humano con el que cuenta. Los partidos se tornan trabados y hay poco de dónde pegarse. No es que antes hubiera sido diferente. Esto es lo que siempre ha habido y es lo que hay.

Abonado entonces como estoy, me veo cada ocho días imaginándome que el 10 -esta vez azul- la parará de pecho luego de un pase de cabeza, mirará fijamente al balón  casi que besándolo sutilmente y enviará el balón a estrellarse en el palo superior para ingresar finalmente y de manera violenta al arco contrario.  Así hasta que eso pase o hasta que se me pase, hasta que me vuelva a fallar la memoria (y me falla bastante).

Un exilio obligatorio.


El Embera Katío viene de Tahami, en el Chocó y es persona de selva y agua.  Viene de donde el verde aturde con un luminiscencia que todo lo abarca. Solía dormir rodeado de vegetación, amparado por antiguas montañas que esconden tesoros fabulosos y por ríos que descienden de lo más alto y que riegan por doquier una tierra fértil y fecunda. Lo saben ellos y lo saben bien los que, desde la aparición del primer blanco, hace ya tantas lunas, han codiciado sus tierras. Generación tras generación se han visto cara a cara con el invasor y han resistido dignamente, haciendo respetar su territorio sagrado.
Sólo hasta hace poco la guerra despiadada que desangra al país que dice protegerlos, con sus distintos ejércitos, logró lo que no pudo lograr el español: echó a sangre y fuego, entre el ruido demencial de la metralla, al Embera Katío de su territorio sagrado.
Obligado a vagar fuera de su lugar de origen, escuchó el llamado ensordecedor de una promesa distante, enclavada en montañas más lejanas que las suyas. Seducido, fijó como destino de su huida a la ciudad de Bogotá, un lugar deslumbrante, despiadado, ruidoso y gris, donde se agitan el afán, la indiferencia y el sálvese quien pueda.
Hoy en día, de las 54.000 hectáreas que abarca Tahami, el 81% está en manos de la Anglo Gold Ashanti. Bajo la modesta figura de concesión, dichosa, saca fruto y rédito de los tesoros que guardan en sus entrañas las montañas tutelares del Embera Katio. Nadie sabe para quién trabaja.
El niño Embera se hace hombre entre el smog y el olor a bazuco, recorriendo las calles del centro de la ciudad, entre las prostitutas y los pillos que las frecuentan. En este ambiente hostil se ve obligado a adaptarse y sobrevivir. Y aprende la trampa y conoce el gusto efervescente del alcohol barato y de la plata fácil. Así, de a pocos, casi sin quererlo, a tumbos, ciego por un falso resplandor, se ve envuelto por las garras de este monstruo despiadado que se llama Bogotá.
Y olvida pescar a falta de ríos donde hacerlo. Olvida cultivar porque el cemento es tierra gris e infértil, imposible de arar.  Olvida el susurro del Jai milenario porque la cárcel en la que viven no permite que resuene como en los sitios sagrados. En una ciudad como esta, el Jaibaná, médico tradicional e interlocutor de los espíritus, no es más que un viejo supersticioso y borracho; y para el niño Embera, un vínculo desdeñable con su pasado indígena.
Olvida también el sabor amargo de la medicina tradicional porque el que prueba cada vez que le sube la fiebre es el del ibuprofeno que regalan orgullosas las entidades estatales. Olvida de paso el valor del trabajo, porque la abuela mendiga su arte precioso a cambio de miradas de indiferencia y una que otra moneda.
El Embera Katío ve pasar los días y los meses y el retorno a su territorio está cada vez más jodido. Sus reclamos son gritos sordos. Su presencia en la ciudad, una imagen triste y cansada. Entre el odioso y frío trámite burocrático sus ganas de volver se van diluyendo, y ante el abandono y el desprecio, crecen las ganas de quienes se quieren quedar.
Amparado en las leyes, con todos los papeles en regla, con el apoyo de profesionales, el Embera Katío reclama atención y solución a su éxodo. Al frente suyo, el gobierno de turno, que se precia de ser multiétnico y pluricultural, no escucha; o escucha e ignora, o escribe soluciones pero no las ejecuta, dejándolos a su suerte, ofreciendo unas monedas y un techo en pleno corazón de la olla capitalina.

Crece la frustración de quienes caminan la palabra con el Embera. Crece la desazón y la melancolía que alimenta la añoranza del susurro mágico del Jai, de las mil voces del río, del territorio sagrado, de saberse en su lugar y no sentirse exiliado.




Escrito con la invaluable colaboración de Mónica Suarez. 

A.C.A.B.

Asesina, corrupta, criminal, parricida, fratricida, magnicida, complice, viciosa, borracha, drogadicta, violadora, abusadora, adultera, violenta, matona, impulsiva, agresiva, machista, peleona, gritona, mandona, cansona, fastidiosa, solapada, soterrada, taimada, marrullera, ladina, hipócrita, falsa, atarbana, grosera, intransigente, imbécil, improductiva, frustrante, cansina, lenta, perezosa, inútil, inoficiosa, inservible, inepta, incapaz, ineficaz, inane, infructuosa, incitadora, instigadora, orgullosa, soberbia, vanidosa, arrogante, pedante, petulante, altiva, engreída, presumida, ruidosa, lamparosa, ignorante, estúpida, idiota, boba, tonta, ridícula, abusiva, venenosa, podrida, cagona, dañada y malacarosa. Así es la puta Policia Nacional de Colombia y del mundo.

Promesa.

En este país todavía hay personas que creen que Plazas Vega es un héroe. Y Rito Alejo. Y Plazas Acevedo.
En este país todavía hay personas que creen que los crímenes perpetrados por los militares, son males necesarios.
En este país todavía hay personas que creen que el capitalismo salvaje y descarnado no sólo es necesario sino benéfico. Que se metan en el Río Bogotá. Que coman biodiesel.
En este país todavía hay personas como Jaime Restrepo. "Patriotas" se llaman a sí mismos.
En este país todavía hay personas que le desean la muerte a quienes no piensan como ellos, y lo escupen orgullosos, sentados en la mesa de comer, junto a sus hijos.
En este país todavía hay personas que creemos que ellos y nosotros, somos nosotros.
En este país todavía hay personas que creemos que por más jodido que sea, debemos escuchar esas creencias, debemos tener la altura moral para sentarnos en la misma mesa. Sin matarnos.
Pero a esas personas nos callan, nos matan, nos ningunean, la izquierda nos llama contrarrevolucionarios y la derecha mamertos.

Sin embargo acá estamos. Dispuestos a sentarnos en la misma mesa. Sin matarnos.

A los "uribistas".

Ustedes, los seguidores de Uribe:
Sigan alimentado la guerra que devora a los jóvenes.
Sigan premiando la trampa, la fácil.
Sigan alentando la intolerancia.
Sigan celebrando la corrupción.
Sigan profesando el amor, mientras creen profundamente en un proyecto de odio.
Escojan de nuevo al títere de turno, a esa pobre y mala copia, a ese reflejo en un charco.
Sigan alimentando la megalomanía paranoica del dueño del Ubérrimo.
Sigan alimentado al monstruo bicéfalo, una cabeza de odio y la otra de rencor.
Los olvidados, los sin nombre, a los que llamaron falsos positivos, seguiremos trabajando por otro país donde quepan sus hijos y los nuestros.

Porque, aunque no guste,  ustedes somos nosotros.

Porque somos. 
Y esperaremos paciente la caída del monstruo que ustedes idolatran, porque en este mundo sin memoria y lúgubre, no hay noche eterna, ni lluvia que no pare.

Impresión del Qosqo II.

Hay una niña que se viste como se vestía su abuela para que los turistas se tomen fotos con ellas, por ser típica, a cambio de un sol. 
Hay edificios de bases incas hasta la mitad, y de ahí para arriba, la otra mitad, construida por españoles. La mitad Inca es majestuosa y sin revestimiento alguno, la española es blanca por fuera y sucia por dentro. 
Hay en la plaza de armas, una estatua que reluce como el oro y representa a Pachacutec, gran gestor de la civilización Inca. 
Hay un mirador en una antigua y monumental fortaleza que es la cabeza del jaguar.
El jaguar era de oro.
El jaguar fue de fuego en la noche de la rebeldía.
El jaguar habla mil lenguas.
El Jaguar ahora es de todo el mundo y reposa en su ombligo.

Impresión del Qosqo.

En una calle cualquiera de Qosqo y sin basura.

Impresión de Perú.

El anticucho de corazón picante y a la brasa.
El sube, sube, sube, avanza, avanza, avanza, baja, baja, baja.
El metropolitano con su voz travestida.
La Cusqueña fría.
La Pilsen de litro fría.
El ceviche que enternece el alma.
La playa de caballos de totora.
La ciudad que era un jaguar de oro, fue un jaguar de fuego, y ahora es un jaguar de colores.
La cueva de las pavas, repleta de sonidos aterradores.
La laguna milagrosa donde vive una familia extensa.
El pan con chancho, lechuga y rocoto.
El pan con jamón del país, servido en la antigua taberna Queirolo.
El pan con palta.
La dulce y suave Palta.
Los cogollos de 20 soles.
Sacsayhuaman.
Q'enqo.
El templo de la luna.
La inexplicable zona x.
El amanecer monumental de Pisac.
El colorido mercado de Pisac.
El choclo hervido con queso campesino.
La chicha morada.
El lomo saltado.
Los chilenos buena onda.
Los limeños amables y cordiales.
El limeño ladrón que por un sol, nos dejó botados en medio de la nada.
Un programa de concursos que secuestra la mente del televidente peruano.
La mala fama del colombiano de microtraficante.
El almuerzo vegetariano y las chocotejas.
El sacrificado peregrinaje hasta el santuario hermoso de Machu Picchu, llaqta impasible y majestuosa, a pesar de los intentos por convertirlo en un Disneyworld folclórico y amerindio.
El té de coca.
La hoja de coca, alimento milenario.
El frío que quema, el calor que abraza.
La hospitalidad de las personas que jamás te han visto, y probablemente jamás te vuelvan a ver.
Un Perú multicolor, amable y deslumbrante, tres viajeros sorprendidos gratamente, uno de ellos que siempre va a volver.

Foráneo.

Ñero para los gomelos,
gomelo para los ñeros.
Pobre para los ricos,
rico para los pobres.
Negro para los blancos,
blanco para los negros.
Hippie para los punkis,
punki para los hippies.
Chirri para los mojigatos,
mojigato para los chirris.
Ñoño para los vagos,
vago para los ñoños.
Blasfemo para los creyentes,
creyente para los blasfemos.
De izquierda para los de derecha,
de derecha para los de izquierda.
Ni ñero, ni gomelo, ni rico, ni pobre, ni negro, ni blanco, ni hippie, ni punk, ni chirri, ni mojigato, ni ñoño, ni vago, ni blasfemo, ni creyente, ni de derechas, ni de izquierdas.

Siempre outcaster, siempre sidestepper, siempre ajeno. Siempre un extranjero en mi propio país.

Siglo XXI.

El negocio es mantenernos confundidos, desinformados, aislados el uno del otro, hermanarnos falsamente con ilusiones virtuales para que así, solos, solitarios y descreidos, cada vez más vacíos, seamos quienes compremos sus tonterías y las paguemos con el dinero que no tenemos, con el tiempo que nunca tendremos.
Nunca terminaremos de pagar porque nunca estaremos satisfechos por completo.
Siempre habrá algo más novedoso, más cool, más chimba y mejor, que apenas al mes ya será caduco, porque todo es efímero, todo es obsoleto, porque nada está hecho para durar.
En el mundo en que vivimos, regido por la hermética visión del mercado, no somos más que "targets" para las marcas.
Seres humanos que sólo son reconocidos como tal en su dimensión de consumidor.
Saben e ignoran que somos mucho más.


Advertencia

Nosotros somos los engranajes que hacen que su máquina de hacer dinero funcione correctamente y no les tememos. Ustedes nos deben temer a nosotros. Ustedes son los que nos deben respeto.

domingo, 9 de agosto de 2015

No se suban en el bus de la victoria.

Y ahí vienen de nuevo ustedes los amargos, a empañar la alegría del fútbol.
Que el país está sumido en la mierda hasta el cogote es cierto, pero que el equipo que quiero me de una alegría, no significa, estrictamente, que me importe un bledo la realidad que se me impone.
O que se me olviden las profundas injusticias que nos dominan. El ser hincha no me convierte, así ustedes lo digan, en un imbécil de memoria corta.
Pero que van a entender ustedes, si no saben lo que es ir a la cancha un miércoles en la noche, bajo la lluvia, para ver a dos equipos malos repartirse sosamente un punto.
Que van a entender ustedes si no han llorado en silencio por la falta de huevos con la que algunos mercenarios tranzan con el equipo de los amores.
Que van a entender ustedes, sino se les paralizó el corazón con ese penalti cobrado por el portero, que le devolvió la copa esquiva a los hinchas fulgurosos.
Sino han alentado los 90, sin abandonar, soportando al descerebrado de turno que entre empujones pide que cante con más huevos, sólo porque en el fondo uno sabe que sin el 12, el equipo no gana.
Que me vienen a decir ustedes, que no entienden la furia con la que juegan algunos jugadores de la tricolor cuando es contra los hermanos argentinos.
Que pueden decirme ustedes jueces de lo verdadero, voceros de la revolución, si creen que esa pasión sólo la debe despertar la injusticia social y les resultan criminales y reprochables las pasiones populares, que no pasan de ser analgésicos emocionales para un pueblo bruto e ignorante.
Nunca lo entenderán.
Para ustedes negada la soledad infinita que se siente ver el estadio vacío de a pocos.
Para ustedes negado el camino a casa del domingo en la tarde, ya sea con una sonrisita dibujada, o con la frustración apretando los dientes.
Para nosotros la pasión secreta que despierta esa pequeña metáfora de la vida de 90 minutos.
Pero eso no va cambiar. Sigan adelante criticones, pero no se monten nunca en el bus de la victoria por favor, son de mala suerte, sigan así, igual de amargos, siempre.

Dedicado a los parceros que sin importar lo que digan, siguen alentando a su equipo. A los que, cada uno desde su trinchera y a su manera, hacen algo por vivir en un mundo mejor.

Acordes para el ESMAD.

El ESMAD lo es por gusto, no por obligación.
El ESMAD no piensa, obedece.
El ESMAD no habla, grita, excreta.
El ESMAD espera paciente, provoca, agrede, y el momento en que algún imbécil lanza la primera piedra, el ESMAD sonríe, sabe que su hora ha llegado.
Y ataca lanza en ristre, ya no al agresor sino al primero que se interponga en su camino hacia la nada.
Y golpea, pum, pum, pum, se excita, sus pupilas se dilatan, pum, pum, pum, cráneos fracturados, brazos rotos, sangre en el pavimento, y más se excita y suda y sonríe y volea su arma por los aires, pletórico y extasiado. 
Vuelan gases por los aires, bombas aturdidoras y el ESMAD se siente cómodo, porque el único lugar en el que puede ser él, es dónde la gente reclama justicia, pero esto el ESMAD no lo entiende, no porque no pueda, sino porque no quiere.
Jamás preguntó porque protestaba la manifestación de ayer. 
Jamás preguntó que pedía el chico al que asesinó a bolillazos.
Jamás cuestiona si está bien golpear ancianos, niños, perros, hombres o mujeres.
No le importa.
No le interesa.
Su vida por la sangre y la violencia desmedida.
Son el último eslabón de la cadena, el más triste, el más bruto, el peor. 
El ESMAD vuelve a la casa exhausto, sabe que ha hecho bien su labor, la sangre de un inocente salpicó su uniforme y maldice: vándalos hijueputas, a la próxima les doy más duro.

Uribistas.

Aprovechados, hipócritas, cómodos, zalameros, lisonjeros, tiralevitas, lameculos, pelotilleros, oportunistas, falsos, farsantes, dobles, impostores, rastreros, cobistas, acomodados, convenientes, tibios, desmemoriados, olvidadizos, chaqueteros, pancistas, ventajistas, arribistas e hijueputas. 

Target Rating Point.

El control de los medios es abrumador. La opinión de la gente ha sido vulgarmente secuestrada por dos grupos empresariales que lo controlan todo. Esa misma gente, embelesada por la verdad ineludible que pregona el Internet o la televisión, todos los días, es vendida al centenar de marcas que patrocinan esta masacre intelectual. Cada vez que un televidente prende su televisor para recibir su lavado cerebral nocturno; cada vez que sintoniza una novela sobre una selección de fútbol que no ganó nada en su puta vida; o cada vez que atiende un noticiero que sistemática y descaradamente encubre la verdad sobre nuestra realidad y que, por ejemplo, sin argumentos y de manera sesgada, condena a un alcalde cuyo delito es su interés por los sectores pobres y marginales, cada vez en resumen, que en horario prime time y en la comodidad de su hogar le sirven un inmenso, hediondo y putrefacto platado de mierda, son vendidos como un indicador, una certeza de que la marca que hacia posible que se sirviera ese plato de mierda, que se perpetrara el crimen, había sido vista por los que comen. El indicador se llama TRP y es el valor que le cobra un medio a una marca por cada persona que prende su tv y sintoniza un canal, el que sea. De esta manera se van derrochado millones de pesos en ese circulo en el que usted y yo somo vendidos y tratados como a idiotas. No sólo no paran de darnos mierda, sino que también nos venden como a objetos. Somos el combustible de este fulgurante circo que se incendia y yo lo se de primera mano. Trabajo para ellos.

Impresión de Bolivia.

En la plaza principal de La Paz, Bolivia, ondea orgullosa la Wiphala al lado de la bandera nacional, y por decreto gubernamental, en cada local, restaurante, o bar de la ciudad, se puede leer el aviso: "Todos somos iguales". Sin embargo, la gente confundida sólo puede fijarse en el "atraso" de las ciudades y pregunta, con inocencia: "¿Dónde hay un Mac Donald's?"

Espejo.

Hay cosas que no cambian, ni en el tiempo, ni en la distancia.
La policia antidisturbios sigue siendo igual de estúpida y salvaje.
Los que protestan son vándalos y los que los reprimen, heroes.
Los campesinos y los indígenas siguen siendo considerados, por los medios y por algunos sectores de la sociedad, peligrosos, atrasados y descartables.
En tierra de indios el gringo es rey, y el indio, servidor.
La tele miente.
La mayoría le cree.
El que disiente es peligroso, sino, por lo menos, extraño.
El café del tinto que se sirvió en la reunión que decidió reprimir la protesta, fue sembrado y cultivado por los "vándalos" que detienen la marcha inexorable del progreso.
Y hasta que no veamos en el otro un espejo y no un enemigo, seguiremos condenado a este festín sanguinario y burlesco.

Hay cosas que no cambian, ni en el tiempo, ni en la distancia.

Impresión de Lima.

Esta noche, un puma en cautiverio pasa la noche solitario, triste y enjaulado, en medio de las ruinas de una antigua civilización con mil años de antigüedad. Afuera la ciudad sigue inmutable. 

Promesas de viaje.

Esto lo escribí apenas un par de semanas de haber tomado carretera, hace 3 años, de la mano de mi compañera. 180 días vagamos por 3 países y por ese precioso momento, vivimos distinto. 


Te enseñan que el destino que te imponen es obligatorio, pero no lo es.
Te enseñan a callar.
Te obligan a obedecer.
Te preguntan en qué andas, por qué pierdes el tiempo.
Te piden que te sientes, que seas productivo.
Que no opines lo indebido.
Que le agrades a los demás.
Que aceptes tu ciudad como si fuera la única en el mundo.
Pero luego te atreves y tomas la carretera
Y aprendes a observar.
Dejas el afán y aprendes a esperar.
Y lo disfrutas.
Te olvidas del frenesí productivo y de la vanagloriada competitividad
Recuerdas lo fructífero que puede llegar a ser el ocio.
Escuchas, contemplas, te calmas.
Valoras lo que antes fue desechado.
Aprecias la ligereza y te das cuenta de que de todo lo que tienes, mucho está de sobra.
Y no extrañas más sino lo real, los parceros, la familia, la noche fría.
Valoras el amor verdadero.
Aprendes a ser tu mismo, sin pensar en el qué dirán.
Y la antigua rutina de oficina se antoja un destino postergable
Te das cuenta que no es más que un juego ilusorio.
Te enseñan que el destino que te imponen es obligatorio, pero no lo es.