miércoles, 24 de febrero de 2016

Rector de colegio.

El viejo mísero que actua como rector, o coordinador de disciplina, no lo tengo claro, del colegio que queda a unas cuadras del edificio en el que vivo me recuerda incesantemente, día a día, las razones de mi odio profundo hacía la educación tradicional que promulgan la gran mayoría de colegios de la ciudad, y a falta de conocimiento me atrevería a decir, del país.
Que sujeto prepotente y odioso. Escupiendo sus estúpidas reglas, amparado por la dictadura del micrófono que lo amplifica, se siente juez y señor de la vida de esos chicos, al menos durante su jornada.
Cada mañana muy a las seis, cuando el sol aun se esconde tras la montaña, empieza este mamotreto a chimbiar. Que la señorita de once dos escupa ese chicle, que Ortiz y compañía se aconducten, que los jóvenes de noveno se comporten.
La perla que impulsa estas lineas la escuché hoy al almuerzo, mientras la voluta del humo se escapaba rumbo al cielo. En adelante, en la cancha de micro, no se podrá seguir jugando micro. En adelante, los descansos van a ser calmados y sin juegos. El micro le resulta peligroso. Subversivo.
Ese es su papel, robarle el sentido a los espacios, prohibir, legislar, enjuiciar, castigar, castrar las mentes y prepararlas para un futuro desolador: el del engranaje tan necesario como irrelevante.
Qué pensará cuando se acaba la jornada y se sube sólo en su auto, escuchando melodía estéreo ¿Se sentirá satisfecho? ¿Sonreirá pensando que bien hizo su triste tarea un día más?
Qué asco.