viernes, 9 de octubre de 2015

Last bus.

Un perro camina sin pausa y sin prisa por la calle oscura, el humo del cigarro incomoda la visión y el frío traspasa la vieja chaqueta de cuero. La noche compacta está en su apogeo y los parceros siguieron su camino, seguramente por otra botella de chorro. Sólo quedas vos esperando quemarte los dedos para poder encontrar, así adormecido y un poco mareado, el transporte que te lleve a jaula de oro que construiste con tanto ahínco. Por fortuna te espera ella, semidesnuda y dormida junto a la perrita frenética que piensa que eres un gran tipo.

Sales a la avenida, una chica sonríe a través de su sueño de bazuco y retaca una moneda, la recibe y sigue en su alucine, regresa. El conductor malhumorado del Taxi chilla que por allá no va y es el último en la puta séptima y no pasa nada, ni un bus viejo, nada, nada, nada, el cigarro murió. Sólo un zumbido opaco y constante, un par de borrachines de paso torpe, una mujer que camina apurada, desconfiada y en medio vos, haciendo mala cara. Todo tan aburrido, todo tan despreciable, tan estático. Como una escena obscena que se repite cada noche, somo espejos del otro, alguien ya estuvo acá, pensando las mismas maricadas. Hermanados por la suerte y desgracia de haber caído en el mismo roto del mundo, esta ciudad repite sus bobadas incesantemente en un frenesí cíclico. Bogotá es un océano de petroleo. Al fondo, el bus que te sirve. Alivio, que chimba.

1 comentario: