domingo, 14 de junio de 2020

Te divorciarás en cuarentena

La última pelea fue por cualquier cosa. Una nimiedad. Algo irrelevante y tonto. Entonces, volví a fallar. El mismo error repetido hasta el cansancio y obvio, él justo hastío de ella y su posterior ultimatum. La cuarentena me trajo una lección jodida: el divorcio. 


En medio de una pandemia, con un confinamiento obligado, y de roomie con la que era mi esposa y a quien todavía me niego a otorgarle el prefijo de Ex, es una puta mierda. Encima si a esto le suman el hecho que vivimos en un país ajeno, lejos de la familia y que ella se quiere devolver y no puede, pues tienen el delicioso coctel de aguacaca que he tenido que asumir. 


Lo que nadie te dice del fucking divorcio es que si vos no lo aceptas, se crea una ruptura con la realidad, piensas que es un mal sueño, que es una ilusión, no la perra realidad sacudiendo todo tu cuerpo. Entonces empiezas a hacerte falsas esperanzas tipo: “de seguro es una crisis, capaz si se va, en diciembre volvemos” sacos rotos para guardar alegrías tontas e irreales. Si tu eres el que se queda amarrado, aferrado a una vida perdida, estás llevado, papu. ,


Empiezas a extrañar un hogar que ya no existe, eso es esperar que al salir de la casa y volver a ella, la encuentres como la habías dejado. Esa tacita de té sacada de un catálogo de IKEA, que olía bien, en donde quien entraba decía: “que sitio lindo es este”. Pero ese sitio ya no existe. Ahora la sala se convirtió en una bodega abandonada con un sofá y un mueble que ya no dice nada y el rastro de los cuadros arrancados donde mostrábamos la familia feliz que éramos y los lugares del mundo que habíamos recorrido.


En medio de ese horrendo berenjenal, entendí que nadie entra en la oscuridad por voluntad propia y que nadie sale sólo de ella. Que está bien pedir ayuda. Tanta lagrima, tanto dolor, tanta melancolía y tristeza no puede ser en vano y es en esa boñiga en donde debe nacer el hongo de la redención. Olvídense de esa mierda de reinventarse, que ya estoy viejo y mañoso como para pretender ser otro que jamás seré. La clave está en entenderse, conocerse, perdonarse. Lapo sin recompensa es sufrimiento inmerecido y sólo uno mismo puede detener el ciclo de autodestrucción. Día a día voy tratando, un día a la vez. 


Olvídense también de la basura de que todo está bien, que hay que sonreír, cantan los pajaritos y toda esa mierda, porque no es así. Es caminar por El Valle de la muerte con la tristeza, la melancolía y el dolor como únicas compañeras.


Es ver también florecer a quién amas, pero desde la distancia insalvable del No. Entender que amar es soltar, que amar es asumir sin temor el abandono, amar es libertad y te la tienes que bancar, para no convertirse en aquello que tanto has detestado siempre, esos energúmenos obsesivos que intentan hacerle imposible la vida a quien aman porque no son capaces de asumir sus propias cagadas, ni de dejar de juzgar las cagadas del otro, como si nos debieran una deuda eterna. La única deuda que hay es con uno mismo. 


Aun lloró, aun me siento triste y aun me duele. De a poco aprendo en este encierro a convivir conmigo mismo. La cuarentena todo lo amplifica y los errores se ven más horrendos y los halagos como símbolos de amor y el silencio como ofensa. Todo pasa y esto pasará también, pero por favor no repitamos los lugares comunes, obvios, tontos, inútiles, Arjonescos. Eso de: “no podemos volver a la normalidad, por que la normalidad era el problema” es un galimatías que no dice nada. Una mierda. No podemos volver a la normalidad porque aun no existe y tenemos que crear otra distinta, no porque fuera el problema. El problema nunca ha sido la coyuntura sino el actor. ¿O qué creen? ¿Que las empresas contaminantes van a ser conscientes con el medio ambiente? ¿Que el malgobierno va detener la matanza sistemática a los líderes sociales? No gente. Falta mucho más para acabar con este modo de vida enfermizo.


Lo que si podemos es hacer es agarrar el toro por los putos cuernos, tomar el timón de nuestra propia vida y para mí eso ha sido plantar cara al divorcio. Entender que mi amor por ella es verdadero y en tal virtud, debo honrarlo. Entenderlo. Dejarla ir, así eso sea aceptar y ser testigo silente de como ella busca compañía y seguridad en las palabras de cualquier bobo hijueputa que aprovecha su cuarto de hora. Y decir, está bien, me duelen las bolas, pero está bien, porque ella es una mujer hermosa y valiosa y merece ser feliz. Así el vacío del pecho cada vez sea mayor y hayan noches en las que parece que no va a salir el sol. El mono siempre sale, y por más oscura que parezca la noche, pasa. Porque todo en este mundo pasa. 


Aun quedan varias semanas de encierro y la distancia es cada vez mayor. Cada vez interactuamos menos y es mejor así. A ella sólo le deseo felicidad y amor por doquier. Ningún reproche, ningún reclamo, ninguna atadura. Por el tiempo que quede el foco tengo que ser yo. Curarme, respetarme, perdonarme. Poder volver a mirarme en el espejo y decir papacho, ya fue, te perdono y te ves bien. No el temor de ver el reflejo de ahora. 


Así saldremos y la veré radiante y feliz y sonreiré por ella, mientras cargo al hombro al demonio. Yo también estaré tranquilo y buscaré mi felicidad. Y esto pasará, porque nada en este mundo es permanente. Porque todo pasa. 

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